Cambiar para sobrevivir. Morir un poco para empezar de nuevo.
Como un zorzal en el asfalto, soy un hombre diminuto pendiente de cambiar el rumbo de mi paso.
Solo un hombre rezagado.
Solo un hombre esperanzado.
Pero hay una razón más fuerte. Lo que me salva. Es el momento en el que la pintura no es ya un ganarse la vida, no es ya una obra pesada de manos manchadas y aceites grasos, sino un éxtasis de juego del que surge la vida sin que yo sepa por qué ni cómo.
Ser un escritor que no existe.
Dar un paso hacia atrás y poder ver y sentir que todo está tan cerca, que nos podemos tocar, que solo existe el instante.
Y dejar de ser un número borrado en una estampida que delira ciega hacia no se sabe qué objetivo lejano, inalcanzable y falso.