El autor

El retrato, de su libro “Grietas, Apuntes de un pintor”

Figura, retrato, bodegón, paisaje. Nombres, términos, encasillamientos. Academia.

No creo en la pintura de género. La pintura es o no es. Al margen del motivo.

Pero en el retrato pintamos al prójimo. Al ser más cercano. Invadimos con pintura sus fronteras personales y él perturba con su presencia nuestra soledad creadora. Penetra en ella. Es ese choque de intromisiones lo que nos violenta. Al pintor y al modelo. Dos seres que intentan ser el uno en el otro.

Pocos pintan ya al ser humano. Los cuadros aparecen desiertos de personas. La cara ajena nos inquieta. Preferimos ignorarla.

Nos vamos encerrando en nuestros nichos. Hasta que huelen a podrido.

Entonces abrimos las ventanas.

La pintura en nuestros días se va encasillando. A nadie parece interesarle el rostro anónimo retratado.

Sólo queremos ver el retrato de nuestro niño, de nuestra mujer, de la madre que queremos recordar.

Los pintores “de figura”, los que pintamos personas, sobrevivimos en el encargo llenando de presencias familiares y queridas las casa ajenas.

Retratos que hay que afrontar y construir sin adulación, en pintura valiente. Retratos únicos como cada persona retratada, para no caer en la repetición, en la receta, en el triste oficio.

Retratos vivos para que no viajen del salón al pasillo, y del pasillo al cuarto oscuro, sentenciados.

Retratos de encargo, que desaparecen del estudio según los acabo, convirtiéndome en pintor sin obra para los ojos necios.

O retratos otros, mis elegidos, los que surgen del libre impulso, al margen del comercio. Ese rostro que te toca y te llega. Rostros que me irán salvando, que iré coleccionando. Que poblarán las paredes de mi estudio llenando de vida la penumbra. Que me acompañarán hasta la muerte.

El retrato es un enfrentamiento silencioso. Una confesión muda y mutua. Una semblanza del otro que es también un espejo que refleja al que describe.

Retratar es andar lo desconocido. Mirar a nuestro hijo como si fuera un extraño, mirar al forastero como a un semejante cercano.

Mirada que relata sin juzgar, que explora otra piel adentrándose. Y somos alma en otra carne, hijos del mismo misterio, seres al fin abiertos, nada nos es ajeno.

Cuando retratas ya no eres el padre, el hijo, el marido, el amigo, el hermano. Atrás quedó el lazo sanguíneo.

Me gustaría pintar el rostro de cada día. El de la misma persona avanzando en vida hacia la muerte. Tantos rostros, unos detrás de otros en exposición, casi iguales, irreconocible el primero en el último.

Mañana, cuando las miradas se fijen en nuestros días, necesitarán el eslabón de los que se entrañaron en pintura con el ser humano. De los que posaron pacientemente. De los que dieron la cara. De los que se mostraron a sí mismos en el otro rostro.

Una mirada limpia sobre otra cara, en cualquier tiempo.